Las emociones son frecuentemente infravaloradas a favor de la razón, la que en teoría siempre nos dota de cordura para no acabar “metiendo la pata”. Parece que las emociones nos bloquean a la hora de tomar decisiones de forma racional, pero ¿es exactamente así? ¿qué dice la neurociencia al respecto?
Antes de los 90 el estudio del cerebro humano se focalizaba esencialmente en el pensamiento racional menospreciando las emociones. Se entendía que el primero era la función principal del cerebro y que las segundas bloqueaban esa función. Sin embargo, gracias al trabajo de neurocientíficos como Antonio Damasio y al desarrollo de nuevas técnicas de neuroimagen, se ha demostrado que las emociones son clave a la hora de tomar decisiones correctas, rompiendo así la dicotomía emoción vs razón, en la cual siempre se había visto a esta como algo superior.
Phineas Gage trabajaba como obrero en el sector ferroviario. Un día, una vara de hierro salió despedida atravesándole el lado izquierdo de la cara, pasando por detrás del ojo izquierdo y saliendo por la parte superior del cráneo. La vara le había extirpado parte del lóbulo frontal del cerebro, encargado de tareas relacionadas con el razonamiento, atención, planificación, secuenciación y reorientación de nuestra conducta.
Sorprendentemente, Phineas sobrevivió a esta experiencia, pero, aunque pudo recuperar gran parte de sus funciones mentales, Gage ya no era Gage. Se había vuelto irascible, voluble, agresivo, sin capacidad para permanecer en las tareas e impaciente y, estos fuertes cambios de personalidad, le incapacitaron en gran medida para la vida en sociedad.
Elliot, un abogado de éxito, sufrió un tumor cerebral justo a la altura de la frente. La cirugía lo eliminó por completo, pero, aunque la operación salió bien, Elliot, al igual que Gage, también sufrió fuertes cambios en su comportamiento. Intelectualmente era tan brillante como siempre: su lógica, su memoria, su atención y las demás habilidades cognitivas no presentaban ningún problema. No obstante, gestionaba muy mal su tiempo, se perdía en detalles sin importancia y parecía haber perdido toda noción de las prioridades. Además, Elliot se mostraba totalmente indiferente con respecto a lo que le había sucedido y respecto a cualquier otro tipo de tragedias.
Durante años, Antonio Damasio investigó los casos de pacientes como Gage o Elliot [Ref.], cuyos daños en el lóbulo frontal no habían afectado a la memoria, lenguaje, atención o a otros procesos racionales fundamentales, pero sí a otros aspectos comportamentales vinculados con las emociones, como la motivación. Lo interesante de sus estudios es que este tipo de pacientes no eran capaces de actuar normalmente: no conservaban sus trabajos, no cumplían horarios, se distraían fácilmente, a veces pasaban mucho tiempo en tareas irrelevantes y en otras ocasiones eran incapaces de decidir en qué tarea enfocarse. Pero sobre todo, eran incapaces de tomar decisiones sencillas.
Así que, si bien es cierto que la falta de control sobre las emociones puede dar lugar a conductas poco convenientes, estos estudios demostraron que la ausencia de las mismas igualmente llevaba a una situación de conducta irracional en la toma de decisiones. Es decir, las emociones adquieren un papel fundamental en la toma de decisiones y en la conducta, siendo el motor que impulsa a la acción y que nos ayuda a su vez a seleccionar la conducta más idónea. Emoción y razón pues, navegan en paralelo y se necesitan mutuamente para poder asegurar un correcto funcionamiento, adaptación al entorno y responder a las demandas del mismo de forma adecuada.
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